«¡He recibido un trasplante de riñón!»… y ahora hay que cuidarlo
Como ya hemos comentado en otras entradas, el trasplante renal se considera el tratamiento ideal en la mayoría de los pacientes con enfermedad renal crónica en sus estadios terminales; sin embargo, la historia no termina ahí. Una vez recibido el riñón trasplantado entran en juego no solo beneficios si no nuevos riesgos que debemos controlar y evitar con la ayuda de nuestros nefrologos.
La respuesta inmune
El primer riesgo para el injerto renal no viene de afuera, si no de nuestro propio cuerpo. Dentro de los variados sistemas de defensa (sistema inmune) con los que cuenta nuestro organismo se encuentran los linfocitos, un tipo de glóbulos blanco especializados en reconocer y atacar aquellas moléculas que no provengan de nuestro cuerpo (reconociéndolas como algo ajeno). Este reconocimiento de lo que es propio y lo que es ajeno se lleva a cabo a través de los antígenos leucocitarios humanos (HLA por sus siglas en ingles, Human Leukocyte Antigen), que son una serie de pequeños grupos de moléculas organizadas de manera particular, que heredamos de nuestros padres. Así cada persona tendrá su propio grupo de moléculas y sus glóbulos blancos lo utilizaran como una especie de identificación para saber distinguir entre una proteína bacteriana y una proteína propia de las células del organismo, por ejemplo.
En el caso del injerto renal, a pesar de ser un órgano que proviene de otro ser de la misma especie, sus HLA no serán exactamente iguales (aunque al momento de elegir receptores se intenta que haya la mayor compatibilidad posible), por lo que siempre existe el riesgo (en mayor o menor medida) de que el sistema inmune del receptor identifique como ajeno al injerto renal y active una serie de señales que desencadenen el ataque (rechazo) a dicho injerto y el daño y pérdida de función del mismo.
El tratamiento inmunosupresor
Es aquí donde entra en juego la medicación inmunosupresora, cuya función es la de debilitar al sistema inmune justo lo suficiente como para que este no reconozco al injerto renal como algo ajeno e inicie el rechazo contra el mismo; o, en caso de que haya algún tipo de rechazo, evitar la progresión del rechazo y enlentecer el deterioro del funcionamiento del injerto renal.
Hoy en día existen principalmente 3 familias de tratamiento inmunosupresor (sin contar los corticoides) utilizadas en el paciente receptor de trasplante renal. Cada familia tiene como objetivo una vía metabólica distinta, con lo que su espectro de beneficios y riesgos varia entre cada una de ellas. Así mismo, dos medicamentos de la misma familia pueden tener efectos moderadamente distintos, así como su perfil de seguridad.
En la consulta
Es por ello que hoy en día no disponemos de un único régimen de tratamiento inmunosupresor, y la mejor pauta para un paciente no tiene porque serlo para otro. Incluso, en un mismo paciente, distintas situaciones (embarazo, cirugías, infecciones, entre otras) pueden condicionar el cambio de un tratamiento por otro para lograr asegurar una inmunosupresión adecuada con el menor número de efectos adversos posibles.
De esto deriva la importancia de mantener un estricto control con la toma de estas medicaciones (tomarlo a la misma hora, con el estomago vacío, la dosis exacta indicada por el médico) y de hacer participe a nuestro médico de todos los eventos de salud que ocurran (infecciones, diarreas, cirugías, olvidos…) para que pueda adaptar la medicación a dichos cambios y mantener ese trasplante funcionante el mayor tiempo posible.
Para más información:
Inmunosupresión en el trasplante renal
Gustavo A. Useche Bonilla. Residente de 3er año
Dra. Ana Oltra Benavent. Adjunta y Coordinadora del Blog del Paciente Renal.
Servicio de Nefrología. CHGUV
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